5 maneras de vivir como un monje en el mundo
Por el Padre Paul Sheller, OSB, Director de Vocaciones, Abadía de la Concepción
1. Cultiva el silencio. Cultivar el silencio
San Benito escribió: «Hablar y enseñar es tarea del maestro; el discípulo debe callar y escuchar» (RB 6:8). El silencio es el entorno que te permite escuchar adecuadamente la voz de Dios y las voces de los que te rodean. Muchas personas se sienten incómodas con el silencio o lo encuentran incómodo, por lo que llenan sus días de ruidos y distracciones innecesarias. Apagar la música y la radio, especialmente cuando estás en el coche, moderar el uso de la televisión o de Internet te desafiará a escuchar al Dios que mora en ti y habla en lo más profundo de tu corazón. Además, guardar silencio nos ayuda a evitar los pecados de chismorreo o detracción. San Benito se hizo eco de la sabiduría que se encuentra en el Libro de los Proverbios, que dice: «En un torrente de palabras no evitarás el pecado» (RB 6:11). Evitando el ruido innecesario en tu vida, aprendes a cultivar el silencio interior, que es el escenario ideal para la oración.
2. Sé fiel a la oración diaria
San Benito decía: «La oración debe ser, pues, breve y pura, a no ser que tal vez se prolongue bajo la inspiración de la gracia divina» (RB 20,4). Esta instrucción es reconfortante para quienes tienen una semana de trabajo exigente, un horario agitado y están cargados de numerosas responsabilidades en casa, hasta el punto de no poder dedicar grandes períodos de tiempo a la oración. No obstante, hay que encontrar tiempo por la mañana para alabar a Dios antes de empezar el día, y rezar en acción de gracias por la noche antes de acostarse. Puedes rezar la Liturgia de las Horas para santificar el día, concretamente siendo fiel a la Oración de la Mañana y de la Tarde. Sea cual sea tu práctica, debes preocuparte por desarrollar una actitud sincera hacia Dios mientras rezas, ofreciéndote a ti mismo y a tus seres queridos al cuidado de Dios. A lo largo del día surgirán muchas oportunidades para ofrecer breves oraciones de confianza en Dios. El objetivo de los monjes (y de todos los cristianos) es rezar sin cesar, y puedes hacerlo manteniendo el recuerdo de Dios vivo en tu corazón y en tu mente en todo momento.
3. Formar una auténtica comunidad
Los monjes apoyan y animan al hermano que se encuentra con dificultades, y celebran unos con otros los momentos de alegría. San Benito instruyó: «Nadie debe perseguir lo que juzga mejor para sí mismo, sino lo que juzga mejor para otro». A los demás monjes les muestran el puro amor de los hermanos» (RB 72:7-8). En un mundo de individualismo, redes sociales y relaciones superficiales, todas las personas anhelan un profundo sentido de pertenencia y comunión con los demás. La vida espiritual es siempre un viaje que emprendemos con otros. Hay que estar dispuesto a invertir tiempo y energía para comprometerse personalmente con otras personas y mostrar interés por sus vidas, permitiendo que las conversaciones pasen de los temas superficiales a las áreas más significativas de la vida. Es posible que desee reunirse con otras personas que compartan su fe, sus valores y su deseo de Dios. Rezar juntos, leer y comentar un libro espiritual y los estudios bíblicos son formas de reunirse para crecer en la fe.
4. Dedica tiempo a la Lectio Divina
La antigua práctica monástica de la Lectio Divina o «lectura sagrada» hace hincapié en una lectura lenta y en oración de la Sagrada Escritura que pretende permitirte escuchar la Palabra y buscar la paz en la presencia de Dios. San Benito advertía a sus monjes: «La ociosidad es enemiga del alma». Por lo tanto, los hermanos deben tener períodos específicos para el trabajo manual, así como para la lectura orante» (RB 48,1). La reflexión sobre la Palabra de Dios, si se hace con intensidad y oración, tiene el poder de llamarte a una continua conversión de vida. Familiarízate con el método y tómate entre 15 y 30 minutos al día en un ambiente tranquilo para practicar la lectio divina con la Escritura o leer en oración los escritos de los santos u otras grandes obras espirituales. La lectura espiritual alimenta tu mente y tu alma y a menudo te proporciona esas palabras inspiradas que necesitabas escuchar. Encontrar la Palabra de Dios cada día de manera orante nos lleva a una comunión más profunda con Aquel que nos habla la palabra.
5. Practicar la humildad
Numerosas partes de la Regla de San Benito destacan la importancia de la humildad, sobre todo en el capítulo 7, donde San Benito describe la humildad como una escalera con doce peldaños que el monje debe ascender. El primer peldaño consiste en que el monje tenga siempre ante sus ojos el «temor de Dios» (RB 7,10). Cuando se teme a Dios o se tiene «temor» de Dios, se mantiene una relación correcta, comprendiendo que se es una criatura y no Dios. La humildad es una virtud que hay que desarrollar, y supone tener los pies en la tierra, ser honesto y veraz, tanto en la oración como en el trabajo y en los asuntos cotidianos. San Benito escribió: «Pon tu esperanza sólo en Dios. Si notas algo bueno en ti, dale el crédito a Dios, no a ti mismo, pero ten la certeza de que el mal que cometes es siempre tuyo y debes reconocerlo» (RB 4, 41-43). Ser una persona humilde significa ser agradecido por las bendiciones y oportunidades que Dios te da y reconocer que tus dones y talentos tienen a Dios como fuente. Permite que las luchas diarias, e incluso la caída en el pecado, sean una invitación a la humildad, en la que admitas sin dudar que debes depender enteramente de la gracia de Dios, y no de tus fuerzas.