Así es sinceramente enamorarse de un esquizofrénico
Mis amigos decían que éramos la pareja perfecta. Me cogía de la mano delante de mis amigos y me decía que me quería en cada oportunidad que tenía. Fue el primer hombre que presenté a mis padres, y mi familia pensó que era un encanto. Todo era luz y brillo, todo era perfecto y celestial. O al menos eso es lo que pensaban. En realidad, no lo era.
No todo eran momentos felices. La mayoría de las veces fue un reto, la mayoría de las veces fue un sacrificio.
Todo empezó en la primera cita. Los primeros encuentros son siempre especiales, siempre emocionantes, siempre perfectos. El nuestro fue un viaje de 14 horas en autobús hasta su playa favorita. Nos quedamos en la orilla del mar hasta altas horas de la noche, escuchando nuestras canciones favoritas, hablando de nuestro pasado, de nuestros sueños y de todo lo que nos late el corazón. No tardamos demasiado en enamorarnos de la perfecta noche romántica que fue.
Un par de semanas después, nos fuimos a vivir juntos. Era como vivir en todas las páginas del sueño de una joven. Un príncipe azul, una casa, independencia, sin reglas, sólo amor… sólo amor. Hasta que un día, el perfecto cuento de hadas llegó a su fin.
Aún recuerdo cómo me lo rompió.
«No soy como los demás», dijo entre sus profundas respiraciones, nuestra habitación se llenó de olor a alcohol y cigarrillo. «Tengo miedo. Soy… diferente» Estaba tan confundido mientras lo escuchaba. No sabía qué decir, o si debía decir algo. Simplemente me senté y le escuché.
Sabía lo que significaba. Sabía lo que decía pero, de alguna manera, no entendía ni una sola de las palabras que salían de ese par de labios de los que me enamoré. Seguía diciéndome que escuchaba voces, que a veces me veía hablar pero escuchaba una voz completamente diferente que lo maldecía, que lo juzgaba. Pero él sabría que no soy yo la que habla porque sabía que yo nunca le diría esas cosas.
Siguió contándome todo, sentí que conocí a una persona totalmente diferente. Lejos de ese príncipe dulce, mimoso y cariñoso que yo creía que era. Me contó cómo el médico dijo que es incurable. Me lo contó todo una y otra vez, y estaba sentado, agarrando su última botella de cerveza, como si fuera su cordura a lo que se aferraba. Le quité la botella de la mano y lo abracé, con la esperanza de que si lo abrazaba con fuerza se le quitaría la enfermedad. Pero no lo hizo. Nunca nada lo haría.
Después de aquella conversación nunca volvió a ser lo mismo. La historia que antes era de cuento se convirtió en un infierno en la mayoría de los días. Su situación empeoró cuando empezó a creer que estaba bien sin su medicación. Era una persona completamente diferente. Había momentos en los que me gritaba de repente y me decía que estaba intentando matarlo. Había veces que me decía que mis amigos hablaban mal de él. Y yo no podía decirle que estaba equivocado. Aunque lo hiciera, nunca me creyó.
Apagué las luces, una noche, después de su largo episodio de esquizofrenia. Nos acostamos juntos en nuestra cama. Callados, cansados, con miedo, deprimidos. Rompió el silencio cuando empezó a decir «por favor, ayúdame». Las lágrimas en su voz me rompieron el corazón en mil pedazos.
Necesitaba comprensión. Esos momentos en los que me contaba sus malas experiencias una y otra vez, o esos momentos en los que escuchaba esas voces que le maldecían y le atacaban verbalmente una y otra vez, todos esos momentos no eran tan duros para mí como lo eran para él. Para mí era sólo una historia pasajera que necesitaba escuchar. Pero para él, es la historia de su vida. Es su realidad, fue y será.
Incontables veces, quise huir, pedirle que me dejara. Incontables veces, me digo a mí misma ‘yo no firmé para esto’. Incontables veces, me acosté tranquilamente a su lado mientras duerme profundamente, planeando cómo decirle que ya no quiero estar con él. Pero no lo hice. Me alegro de no haber hecho nada de eso. Porque si lo hiciera sería un añadido a esas voces que le dicen cada palabra que ningún ser humano merece escuchar.
Ahora hemos roto. Se fue y encontró un lugar mejor para él. No me arrepiento de haberlo dejado ir, pues sé que es más feliz. Se centra en sí mismo y yo también, pero si de algo me arrepiento es de todas esas veces que planeé dejarle. Se merece amor, se lo di sí, pero sé que podía hacerlo mejor.
Aprendí tanto sobre la vida, sobre el amor, sobre la confianza y sobre la paciencia de esa persona que no tiene nada de eso. No quería otra cosa que morir, y de él aprendí lo mucho que quería vivir. Lo mucho que quería amar. Y lo mucho que quería no ser nadie más que la mejor persona que puedo ser para el futuro amor que vendrá en mi camino.