Dilemas morales

Anne es la directora de un gran proyecto industrial (dirigido por una empresa nórdica) en un país en desarrollo. En un día crucial del proyecto, toda la planta se quedó sin electricidad. Grandes cantidades de cemento empezaban a coagularse en sus mezcladoras, y era crucial reactivarlas rápidamente. Más de mil empleados no pudieron realizar su trabajo. Anne se puso en contacto con las autoridades locales para solucionar el problema. Un burócrata se presentó en la planta y explicó que podía volver a conectar la electricidad muy rápidamente, con la condición de que le permitieran llevar diez ordenadores de la empresa al ayuntamiento, que tenía una desesperante escasez de ordenadores que impedía al burócrata y a sus colegas prestar un servicio adecuado a la comunidad local. Así, sugirió un intercambio: PCs por electricidad. De este modo, Anne y su empresa tenían la opción de hacer una importante contribución a la comunidad local.

El tiempo era esencial, y Anne tenía poco tiempo para pensar en las alternativas. No había tiempo para ponerse en contacto con sus supervisores en el país de origen de la empresa para pedir consejo o instrucciones. Tenía que resolver la situación por sí misma. Si el cemento se coagulaba, eso supondría un retraso considerable en el proyecto, y habría que rehacer varias operaciones, con un coste elevado. Ese coste sería mucho mayor que el de perder diez ordenadores, que podrían sustituirse fácilmente. Además, Ana sentía simpatía por los burócratas locales y (la población a la que sirven), que creía que probablemente harían muy buen uso de los PC. Por otro lado, la exigencia era un chantaje, y si ella cedía esta vez, podría volver a suceder en otras fases cruciales del proyecto. Ana se enfrentaba a una difícil decisión. ¿Qué debía hacer?

Anne quería honrar no sólo el valor moral de terminar el proyecto a tiempo y dentro del presupuesto, sino también el de no ceder al chantaje y la corrupción. Uno de estos valores tenía que ceder. No había forma de que Ana pudiera actuar de forma completamente moral.

Diplomas morales como el de Ana son omnipresentes en la vida laboral. Se dan en los sectores público y privado y en organizaciones de todos los tamaños. Cualquier responsable de la toma de decisiones puede encontrarse con ellos, ya sea a nivel ejecutivo o inferior. En los entornos de trabajo agitados, las personas pueden volverse ciegas a sus dilemas morales y no ver las dimensiones morales de sus elecciones. Comprender la naturaleza de los dilemas morales es un requisito importante para identificarlos y encontrar la manera de afrontarlos de forma responsable. Kidder (2005) sugirió que, aunque existen innumerables dilemas morales potenciales, éstos tienden a caer en cuatro patrones: verdad frente a lealtad, individuo frente a comunidad, corto plazo frente a largo plazo y justicia frente a virtud. Categorizar los dilemas morales de esta manera puede ser una forma útil de empezar a abordarlos.

La moral puede entenderse como un conjunto de creencias personales y compartidas sobre lo que está bien y lo que está mal en las interacciones interpersonales (Goodpaster, 1992, p. 111). Con el tiempo, los individuos y los grupos se forman convicciones y creencias morales sobre cómo deben comportarse con los demás. El universo de seres hacia los que las personas tienen obligaciones morales puede incluir a otros animales. Los conceptos de moral y ética se entienden como sinónimos en muchos contextos. De hecho, al principio, los conceptos tenían el mismo significado. El término moral tiene raíces latinas, mientras que el término ética proviene del griego clásico, pero ambas palabras se referían originalmente al comportamiento respetable en una sociedad determinada. Sin embargo, poco a poco estos conceptos se han convertido en etiquetas para fenómenos diferentes. Como ya se ha dicho, la moral puede definirse como un conjunto de creencias y convicciones sobre el bien y el mal; este concepto se aplica a las interacciones interpersonales, así como a las obligaciones de las personas hacia los animales. La ética, por su parte, es la disciplina académica que consiste en pensar sistemáticamente sobre el bien y el mal (Kvalnes & Øverenget, 2012). Las personas aprenden la moral y la ética de diferentes maneras. Las creencias y convicciones morales suelen adoptarse a través de la interacción social, mientras que la ética es una disciplina académica que debe aprenderse leyendo libros, asistiendo a seminarios, etc. Hay cursos y exámenes de ética, pero no hay actividades equivalentes para la moral; sólo hay pruebas morales, tanto en la vida cotidiana como en situaciones más extraordinarias. Las acciones de una persona en estas pruebas determinan si esa persona vive de acuerdo con sus convicciones morales.

La moral y la ética desempeñan papeles diferentes en la toma de decisiones. La diferencia fundamental puede esbozarse de la siguiente manera:

Una persona que se enfrenta a una situación difícil puede tener una intuición moral sobre cuál sería la opción correcta, basada en convicciones morales personales, más o menos compartidas en la comunidad o cultura. También puede realizar un análisis ético para aclarar las cuestiones que están en juego. (Kvalnes & Øverenget, 2012, p. 5)

Esta distinción es similar a la que Kahneman (2013) establece entre procesos de toma de decisiones rápidos y lentos. Kahneman dividió estos procesos en el pensamiento del Sistema 1, que es rápido e impulsivo, y el pensamiento del Sistema 2, que es lento y analítico. Cuando una persona se enfrenta a una situación moralmente difícil, puede recurrir a los recursos de ambos sistemas. Sin embargo, puede que no haya tiempo para un análisis completo de las opciones que se presentan, y la persona tenga que confiar en un sentimiento visceral o en un impulso moral. Kahneman documentó cómo las personas son propensas a cometer errores cuando confían únicamente en el pensamiento rápido y en lo que les dice su corazón en el momento (Kahneman, 2013). Las personas pueden obtener grandes beneficios de la activación de los procesos más lentos del Sistema 2 al sopesar las alternativas. Sin embargo, los que confían demasiado en el análisis pueden volverse pasivos e inmóviles en situaciones que exigen respuestas rápidas. En algunos casos, cuando se ha considerado a fondo una acción, ya es demasiado tarde para tomar el rumbo correcto.

Las personas disponen de recursos tanto del Sistema 1 como del Sistema 2 para pensar y responder a los dilemas morales. Por un lado están las intuiciones morales y los sentimientos viscerales sobre lo que se debe hacer; éstos se basan en creencias y convicciones morales. Por otro lado están las oportunidades de realizar un análisis ético para identificar cursos de acción alternativos y probar si esas opciones están justificadas.

Un dilema, en el sentido más general, es una situación que requiere una elección entre dos opciones que son (o parecen ser) igualmente indeseables o insatisfactorias. Hay dilemas no morales, en los que la elección es entre opciones que son indeseables o insatisfactorias por razones distintas de la moral. Por ejemplo, si una persona quiere comprar un libro y una camisa, pero sólo puede permitirse comprar uno de ellos, la elección de uno en lugar de otro conducirá inevitablemente a la decepción, ya que sólo satisfará uno de los dos deseos. No es necesario que esta decisión tenga una dimensión moral para que sea un dilema.

Un dilema moral es una situación en la que el decisor tiene que dar prioridad a un valor moral sobre otro (Brinkmann, 2005; Maclagan, 2003; Toffler, 1986). Estos dilemas «surgen cuando, ante una situación difícil (por ejemplo, un trato justo para unos frente a la seguridad laboral para otros), dos o más valores de este tipo entran en conflicto en la percepción de un decisor, o cuando uno está evaluando la elección moral de otro» (Maclagan, 2003, p. 22). Una persona que se enfrenta a un dilema debe decidir qué deber moral priorizar; «cualquier acción que se tome… ofenderá un valor moral importante» (Maclagan, 2003, p. 23).

En un dilema moral, es imposible estar a la altura de todas las convicciones y creencias morales de uno respecto a cómo debe comportarse en esa situación. En el ejemplo inicial, Ana estaba moralmente comprometida tanto a mantener el proyecto industrial en marcha como a rechazar el intento de chantaje. En esa situación, uno de esos compromisos morales tuvo que ceder a costa del otro. No tenía una intuición clara del Sistema 1, e incluso tras una reflexión inicial del Sistema 2, el dilema y la tensión persistían. Sus supervisores en el país de origen de la empresa no estaban disponibles, por lo que tuvo que responder a la oferta del burócrata por su cuenta.

Un dilema moral puede ocurrir debido a un error personal previo. Esto se llama un dilema autoinfligido. Un ejemplo clásico es la historia bíblica sobre el rey Herodes. En el cumpleaños de Herodes, su hijastra Salomé bailó tan bien que él prometió darle todo lo que quisiera. Salomé consultó a su madre sobre lo que debía desear, y decidió pedir la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja. El rey tenía ahora que elegir entre cumplir la promesa a su hijastra u honrar la vida de Juan el Bautista. El rey había diseñado inadvertidamente una trampa moral para sí mismo: un dilema en el que, decidiera lo que decidiera, estaría actuando de forma inmoral.

Un caso contemporáneo y cotidiano de un dilema moral autoinfligido implica la doble reserva. Digamos que un individuo hace promesas separadas e incompatibles a dos personas de que estará en algún lugar a las 2:00. No puede cumplir las dos promesas y, por lo tanto, debe elegir cuál romper. Puede tener buenas razones morales para cumplir ambas promesas, pero debe elegir entre ellas.

En un sentido estricto, un dilema moral es una situación en la que los valores morales en juego tienen la misma importancia. En este ejemplo, las dos citas tienen el mismo tirón y significado. Las razones morales del individuo para cumplir las dos promesas son, por tanto, igual de fuertes. Ninguna de las dos opciones es menos mala que la otra. Esta situación es una en la que la maldad moral es ineludible (Gowans, 1994).

En un sentido más amplio, puede haber dilemas morales en los que una persona tiene fuertes razones morales para actuar de una manera, así como notables -pero no igualmente fuertes- razones morales para actuar de otra manera. Al considerar la naturaleza de dos promesas, puede ser razonable concluir que es mejor cumplir una que la otra. Decidir cumplir la primera promesa y romper la segunda supone una pérdida de cierto valor moral, pero no es realmente una elección moral difícil, ya que nadie tendrá motivos para cuestionar o poner en duda la corrección de la decisión. La elección, en otras palabras, es entre un mal menor y un mal mayor. Si un individuo hace una doble reserva, pero una de las reuniones tiene mayor prioridad que la otra, la persona cuya reunión se cancela se sentirá decepcionada e irritada, pero probablemente entenderá la decisión basada en la prioridad de cumplir la otra promesa.

En el caso de Herodes, hay un desequilibrio en el peso moral de las dos opciones. Herodes, en su exuberancia, hizo una promesa cuestionable a Salomé y, a su vez, ella se aprovechó de la situación e hizo una petición horrible. Herodes tenía razones morales más fuertes para perdonar la vida de Juan el Bautista que para mantener su palabra a su hijastra. Él renunciaría a algún valor moral de cualquier manera, pero una opción era moralmente superior. Esta situación puede seguir llamándose dilema moral, aunque no en el sentido puro de representar una decisión entre valores morales que están en igualdad de condiciones.

Los falsos dilemas morales son casos en los que está claro lo que se debe hacer pero en los que existe la tentación o la presión de actuar de otra manera. En la ética empresarial, la distinción entre dilemas verdaderos y falsos también se ha descrito como la distinción entre dilemas y tentaciones (Brinkmann, 2005, p. 183; Kidder, 1995, p. 7). Más adelante en el libro, hablo de la ética profesional y de cómo el manejo de los conflictos de intereses está en el centro de las responsabilidades morales de los profesionales hacia los clientes, consumidores, pacientes, estudiantes y otros usuarios de los servicios profesionales. Por ejemplo, los abogados y los contables pueden tener la tentación de priorizar el interés propio sobre el de sus clientes. La brecha de conocimiento entre los profesionales y los clientes es tal que el riesgo de que los clientes detecten tales decisiones es mínimo. Los profesionales pueden alegar que se enfrentan a dilemas morales cuando, por ejemplo, surgen oportunidades para cobrar de más a los clientes. En el vocabulario de este libro, el término más apropiado para esta situación es el de falso dilema. Esta situación puede parecerse a un dilema real en el sentido de que la persona que toma la decisión debe decidir entre dos opciones que son ambas indeseables de alguna manera, ya que engañar al cliente se siente mal, pero también rechazar una oportunidad de ganar dinero extra. Sin embargo, el primer sentimiento tiene un componente moral del que carece el segundo. Por lo tanto, las situaciones de conflicto de intereses son generalmente falsos dilemas morales con sólo similitudes superficiales con los dilemas reales.

En relación con la dicotomía entre dilemas reales y falsos, es necesario reconocer el continuo entre ellos, como sugirió Maclagan (2003). En un lado del espectro, hay situaciones en las que hay un equilibrio perfecto entre los valores morales opuestos. Por ejemplo, ser compasivo con otra persona y ser honesto con ella puede tener el mismo peso moral. En el otro lado del espectro hay situaciones en las que una opción es claramente correcta desde el punto de vista moral y la otra es claramente incorrecta, como cuando un profesional debe elegir entre el interés propio y los intereses de los clientes. Sin embargo, en otros casos que implican el interés propio, las distinciones no son tan claras; por ejemplo, perseguir el interés propio a nivel organizativo puede tener cierto valor moral. Los casos concretos pertenecen a algún lugar del espectro entre los dilemas puramente reales y los puramente falsos.

Anne tenía que decidir si recuperar la electricidad de la planta cediendo al chantaje del burócrata local, o mantenerse firme y permitir un costoso retraso. ¿Cómo debe clasificarse exactamente esta situación: como un dilema real o falso? Depende de los detalles del caso. El análisis que Ana tuvo que hacer para preparar su decisión no le obligó a situar con precisión el dilema en esta escala, pero sí a reconocer la naturaleza de la situación en general. En el caso de Ana, se decidió por una respuesta en dos fases. En primer lugar, entregó los ordenadores para que el burócrata volviera a conectar la electricidad, con lo que el proyecto volvió a ponerse en marcha. En segundo lugar, invitó a los altos funcionarios de la ciudad cercana a una reunión en la que les explicó que la empresa quería contribuir a la comunidad local, pero no de forma tan aleatoria. En su lugar, propuso un plan sistemático en el que la empresa ayudaría a la ciudad a modernizar sus equipos electrónicos. Con esta iniciativa, Anne llegó a estar en mejores términos con los administradores locales, evitando así más situaciones de chantaje.

El siguiente caso de Kvalnes y Øverenget (2012, p. 4) puede servir para resaltar lo desafiante que puede ser una situación incluso cuando está cerca del extremo del falso dilema:

Ben es el director de una pequeña unidad de banca privada dentro de un gran grupo de servicios financieros. Los resultados se han desplomado recientemente, principalmente debido a un amargo conflicto entre un empleado y algunos de sus compañeros. Se quejan de que es maleducado y de que es difícil cooperar con él. Ben ha intentado mitigarlo, sin éxito. La legislación nacional prohíbe la opción de despedir al empleado pendenciero, al menos a corto plazo. Los miembros clave de la unidad de Ben están muy disgustados por la situación y han empezado a buscar trabajo en otra parte. Un giro reciente de los acontecimientos es que el propio empleado ha solicitado un puesto de trabajo en otra parte del grupo de servicios financieros. Ben ha aceptado servir de persona de referencia. Recibe una llamada telefónica de la directora de la unidad que está pensando en contratar al empleado. Está especialmente interesada en las habilidades sociales del empleado. «¿Se desenvuelve bien con sus compañeros?», le pregunta. Si Ben da una respuesta sincera, es probable que se quede con el empleado durante mucho tiempo. Si es impreciso sobre las habilidades sociales del empleado, puede librarse de un problema. Entonces corre el riesgo de que su honestidad sea cuestionada más adelante. También está mal mentir a otra persona para librarse de un problema en el trabajo. Mentir en este caso sería un intento de trasladar el propio problema a otra persona, en lugar de asumir la responsabilidad y solucionarlo en su propia organización. ¿Cómo debería responder Ben a la pregunta sobre las habilidades sociales del empleado?

En este ejemplo, Ben tuvo que elegir entre ser honesto sobre el comportamiento antisocial de un empleado o decir la verdad, lo que impediría que el empleado pudiera trasladarse a otra organización. Al igual que Ana, Ben reconoció que, independientemente de lo que decidiera hacer, estaría mal.

A primera vista, éste parece ser un ejemplo obvio de falso dilema. La elección de Ben estaba entre el valor moral de ser sincero con los demás y el deseo egoísta de librarse de un problema de recursos humanos. Le resultaba tentador ocultar información y ayudar así al empleado difícil a cambiar de puesto de trabajo, pero hacerlo habría violado el deber moral de Ben de ser honesto en los tratos comerciales. Ben podría haber razonado que el empleado merecía otra oportunidad en un nuevo entorno laboral. Según esta lógica, si se permitiera al empleado empezar de nuevo en su carrera, podría ser capaz de desarrollar mejor su potencial personal y profesional. Eso está muy bien, pero esa consideración es relativamente débil y claramente pretende camuflar una violación del requisito moral de ser directo y honesto cuando se actúa como persona de referencia.

La medida en que la situación de Ben es un dilema real o falso depende de los detalles del caso. He utilizado este caso como punto de partida a la hora de enseñar ética tanto a directivos de empresas como a estudiantes de escuelas de negocios, así como en la investigación sobre psicología moral, cuyo propósito era mapear hasta qué punto esta situación crea disonancia moral, provocando así que los directivos incurran en neutralización moral (Kvalnes, 2014). Vuelvo a este tema en el capítulo 13.

Las respuestas de las personas al dilema de Ben revelan sus convicciones morales. Cuando pido justificaciones con respecto a la elección de ser o no veraz, los participantes en mis cursos de ética han presentado una gran variedad de razones, expresando así sus lealtades y preferencias individuales. Las primeras respuestas de las personas se basan a menudo en sus sentimientos viscerales, que hacen que una opción se considere inmediatamente correcta o incorrecta. Estas son del Sistema 1, en el que dominan las intuiciones; mi tarea como facilitador es introducir a los participantes en el tipo de reflexión y análisis más lento del Sistema 2 (Kahneman, 2013). El razonamiento ético implica reducir la velocidad para tomar conciencia de las cuestiones morales que están en juego y progresar desde un estado de desajuste de los sentimientos hasta uno en el que los participantes sean capaces de reconocer los fundamentos éticos y morales de sus propias elecciones.

Los dilemas morales son omnipresentes en las organizaciones. Las situaciones en todos los tramos de la escala, desde los dilemas agudamente reales hasta los falsos pseudodilemas, constituyen desafíos para los que los responsables de la toma de decisiones deben prepararse. Los cuatro capítulos siguientes describen recursos analíticos de la filosofía moral y la ética. Estos principios y conceptos pueden servir como herramientas para determinar lo que uno debe hacer y para justificar sus elecciones en relación con los dilemas morales.